La Casa XII representa un área de experiencia que
simboliza el umbral entre dos mundos: el de las formas personales y el de las
experiencias sutiles. Es decir, la definitiva disolución de la vivencia
separativa de la realidad y la revelación de la experiencia de unidad. El yo
personal, en tanto sensación de identidad separada, muere y el ser nace a la
vibración de la totalidad, surge al contacto sensible con la unidad.
Desde diferentes grados de conciencia, la Casa XII
puede ser interpretadas en tres niveles: el personal, el colectivo y el
transpersonal. Y considerando su correspondencia con el mundo onírico, cada uno
de estos niveles puede ser asociado con tres modos del soñar.
Para el nivel personal la Casa XII tiene carácter
de pesadilla, en tanto representa un área donde se acumulan cargas
psíquicas (vivencias emocional-mentales) no elaboradas por la conciencia,
residuos del pasado personal histórico-familiar (Casa IV) o cristalizaciones
emocionales con las que se creyó resolver los conflictos vinculares de la
madurez (Casa VIII), que pueden manifestarse con cierto grado de autonomía, tal
como si se tratara de entidades o fuerzas invisibles (fantasmas) que operan el
destino de la persona más allá de su voluntad. Entendiéndola desde este nivel,
tradicionalmente la astrología asoció la Casa XII con “enemigos ocultos,
lugares de reclusión y de confinamiento”, es decir, una incomprensible
atracción hacia aquello que se teme, un área de desgracias y fatalidades, un
estigma del destino o un karma cargado de culpas arrastradas de otras vidas al
cual sólo cabía resignarse penitente.
En verdad, esto puede ser efectivamente “real” para
la conciencia identificada exclusivamente con deseos personales y refractaria a
reconocerse en cualquier otra expresión del propósito de su vida. La persona
–la conciencia en el nivel personal- actúa aquí por reacción, condicionada por
el terror, y puede intentar eludir o confinar esos fantasmas tras un muro.
Paradójicamente, el destino le hará descubrir que en verdad ha construido su
propio laberinto, atrapado por aquello mismo que intenta controlar y que
siempre amenaza con descontrolarse. Así, la sensación existencial de cautividad
termina imponiéndose, resultando evidente entonces que representa el modo de
experimentar la Casa XII más alejado de una auténtica comprensión.
Tomando un ejemplo, en el caso de la Luna en Casa
XII la experiencia con la madre personal es la que desborda a la persona, o
todo aquello que la vincule con la vivencia de ser madre. Lo materno se presentará
en su vida como un mundo más allá de su dominio personal, una dimensión de lo
humano que se le impone a su voluntad, un misterio insondable que promueve
atavismo y sufrimiento.
Ahora, un segundo nivel es el colectivo. Aquí la
carga psíquica retenida encuentra un cauce arquetípico: la persona organiza
esos contenidos inconscientes de acuerdo a ciertas formas o modelos psíquicos
que la humanidad supo desarrollar a lo largo del tiempo para hacer funcionales
aquellas acumulaciones. Estos patrones psíquicos son los que Jung conceptualizó
como arquetipos del inconsciente colectivo. La resolución ya no resulta
estrictamente personal, sino que -aún dentro de formas psicológicas humanas- se
elabora dentro de pautas colectivas, genéricas, “más allá del individuo
aislado”. Siguiendo la analogía con lo onírico, lo que antes resultaba en
pesadillas ahora se transforma en sueños en los que se reproducen imágenes
míticas, hazañas épicas en las que el yo se experimenta como un héroe luchando
por emerger de los condicionamientos personales.
La dimensión arquetípica es la del mundo de
imágenes míticas. La sustancia de la Casa XII opera aquí con una subyugante
fascinación que atrae a la persona a sentirse identificada con una
entidad arquetípica que se ofrece como salida a la confusión personal. Lo antes
percibido como fatal designio se vive ahora como hado, como predestinación que
asigna una misión en la vida. Identificada con ese mandato, inconscientemente
configurada por ese patrón psíquico, la conciencia cree haber descubierto “lo
auténtico de su ser”, el sentido profundo de aquello que antes era mera
penalidad en su vida. Y ya puede resultar visible que la resolución arquetípica
de la Casa XII tiene un doble carácter: de salida del temeroso laberinto
personal, pero también de condicionamiento y tope –los límites de la forma
arquetípica- a una respuesta más plena.
La trampa de esta dimensión consiste en confundir
la vitalidad del ser con la vitalidad del arquetipo encarnado. Identificarse
con un arquetipo representa la obtención de vitalidad, implica una vital
sensación de ser “alguien definido” (luminoso u oscuro, pero “alguien definido”
al fin), muchas veces con cualidades “especiales”, que imprime energía a la
personalidad y la impulsa a desarrollar su destino, incluso con logros, altos
reconocimientos y honores. Sin embargo, la energía del ser circula allí dentro
de los límites del propio arquetipo, del propio condicionamiento humano
colectivo. La persona se refugia en esa sensación de trascendencia de lo
personal y, paradójicamente, reproduce lo personal, permite que sobreviva el
arquetipo mismo del yo y su hábito más regresivo: su sensación de importancia y
separatividad, cerrarse sobre sí y resistir toda apertura a sentirse incluido
en una totalidad omniabarcante.
Así, en el nivel arquetípico colectivo la
conciencia cree haber alcanzado un registro de lo trascendente y haberse
liberado de las ataduras del condicionamiento personal, pero se halla
inconscientemente condicionada por entidades más sutiles (los arquetipos) que
modelan su acción y respuesta al mundo. El ego personal sobrevive pero
confundiendo ahora lo que antes lo dominaba con atributos de su ser. Sigue
habiendo un muro –la matriz arquetípica colectiva- que separa a la conciencia
del contacto con el ser. Lo cautivante sigue siendo la sensación de ser yo.
Siguiendo el ejemplo de la Luna en XII, aquí la
persona encuentra un cauce para organizar el desborde que el contacto se
traduce ahora en la identificación personal con algunas de las variantes del
arquetipo de la Gran Madre (la que da vida, la que demanda y quita vida, la que
vive para y por sus hijos exclusivamente, la que encarna el estigma de la
infertilidad, etc.) y la vitalidad de la conciencia se alinea positivamente
(con sensación de sentido) de acuerdo a ese patrón subyacente que la lleva a
sentir que debe cuidar de toda vida, amparándola y nutriéndola como lo hace la
Madre Tierra.
Ahora, existe un tercer plano de manifestación de
la cualidad de la Casa XII. Y aquí lo que antes era carga psíquica ahora es
percibida como vibración. La sustancia de esta cualidad, que en el nivel
personal asociábamos a pesadillas y en el arquetípico colectivo a imágenes
míticas, ahora se asocia a sueños en los que se revelan diseños y
experiencias transpersonales. Ya no hay un yo perseguido por fantasmas ni
héroes que protagonicen epopeyas en las que el bien luche contra el mal o la
verdad contra la falsedad, sino presencias, imágenes sutiles y fugaces, impresiones,
voces audibles que revelan mensajes; en definitiva, experiencias oníricas en
las que se manifiestan ráfagas del ser y del espíritu.
Así, de la Casa XII parece emerger una profunda
sabiduría, viva y creativa, siempre dinámica y en proceso de revelación.
Aquella sensación de un destino que atrae ciegamente a la desgracia del yo
súbitamente se deriva ahora hacia la percepción consciente de un propósito
trascendente que convoca al ser, hacia el despertar de un sentido profundo de
vocación, más amplio y acaso distinto de aquello a lo que se sentía convocado
el yo. Antes que sentirse subyugada por el destino, la conciencia percibe la
aspiración del ser y se abre a su florecimiento.
La Casa XII se revela como un portal a
lo numínico, el cual no se abre desde la voluntad individual, sino desde la
disposición consciente a que opere su revelación. Lo numínico alude al plano de
la vibración energética, de lo divino y del propósito trascendente; y, en este
sentido, hace al orden de lo sagrado. La Casa XII revela esa profundidad, y
este nivel de su comprensión nos permite resignificar lo que entendemos por
«sacrificio».
En el estado de conciencia más ligado a lo
personal, la Casa XII resulta “sacrificio” en tanto parece imponer
obligaciones, exige que “carguemos nuestra cruz”, requiere esfuerzo para salvar
culpas propias o remotas que debemos asumir porque así lo determina una
voluntad superior. Aquí el sacrificio aparece ligado al sometimiento,
obediencia a la autoridad divina, a un servicio entendido como sanción a
penalidades de las que debemos “hacernos cargo”.
En cambio, la Casa XII también puede interpretarse
como una oportunidad, antes que condena, para el sacrificio, entendido ahora
como «sacro oficio», sagrado hacer ohacer sagrado. Es decir, la
conciencia accede a la revelación de un orden más significativo que configura
un nuevo modo de experimentar los hechos de la vida ordinaria. El mundo
cotidiano del yo adquiere un nuevo relieve, un sentido diferente, a partir de
esta conciencia de lo sagrado. Esto es así, no por mandato divino ni por
obediencia a una autoridad que impone aquello que debe ser, sino porque
mediante la actividad inteligente del ser la conciencia despertó a esa
vibración.
Aquello que en la vivencia de los acontecimientos
de la vida como hechos externos (dimensión fenomenológica) se presentaba como
“enemigos ocultos”, vínculos manifiestos con la realidad percibidos como
castigos o desgracias, y que en el mundo del inconsciente colectivo y las
imágenes míticas (dimensión psicológica) aparecía como fantasmas o entidades
arquetípicas capaces de atraer y poseer a la personalidad, deviene ahora en
contacto con formas sutiles (dimensión de la vibración espiritual), valores
universales, en súbita captación de lo sublime.
Así, siguiendo nuestro ejemplo, la vivencia de la
Luna en XII es la oportunidad de experimentar la amorosa contención y nutrición
vital del universo, más allá de toda forma particular. La presencia de esta
cualidad está siempre presente (¡puede percibirse ahora mismo! ¡en el mismo instante
en que estas palabras son leídas!). Y resulta súbita porque, siendo una
impresión sensible universal, no puede ser retenida en fragmento alguno, se
vuelve inaprensible para el individuo particular.
Se evidencia así que la Casa XII es vivida como fatalidad
porque su contenido no puede ser incluido en ninguna forma personal. Lo
transpersonal rebasa la vivencia del yo separado. Lo global no puede reducirse
a lo fragmentario. El anhelo humano de lograrlo se traduce en sentimiento de
desdicha y frustración permanente.
El sacrificio de lo personal implica que, aún
desarrollando formas cada vez más sutiles o siendo capaz de comprender
experiencias que en el pasado resultaron intolerables, nunca será una forma
definitiva satisfactoria para el yo. Opuesto a lo sagrado, lo «profano»
significa aquello que ignora, esto es, que no es sensible a la percepción
de la existencia de un orden trascendente. Así, hacer sagrado lo profano
significa conscientemente desistir del anhelo de una forma personal definitiva
y mantenerse receptivo a la revelación de una fuente perpetua de aprendizaje.
En este sentido, la experiencia de Casa XII es, al
mismo tiempo, de totalidad y de vacío. El estado de vacío de forma personal
permite que la vibración energética libere su expresión y circule ampliada, ya
que toda forma personal es un modo de hacer tolerable y controlar la
manifestación de la energía reteniéndola en un circuito ajustado a propósito
humano. Por eso, en la vivencia humana psicológica el vacío de forma promueve
angustia y sensación de “no ser”. Sin embargo, liberada de todo
condicionamiento formal, vacía de forma, la energía circula orientada por la
creatividad del universo y el propósito de la totalidad.
Aquí se nos plantea un profundo desafío. En tanto
humanos, una adecuada percepción de la cualidad de la Casa XII debe ser capaz
de sostener la simultaneidad de los dos mundos: el de las experiencias
vibratorias sutiles y universales y el de las formas concretas. Porque la Casa
XII abre a nuestra conciencia la evidencia de que toda vivencia es –simultánea
y sincrónicamente- humana y sagrada, personal y transpersonal.
(Para un mayor desarrollo y aplicación de esta
temática a la interpretación de una carta natal, consultar “La carta natal como
guía en el desarrollo de la conciencia” de Héctor Steinbrun, Idelba González y
Alejandro Lodi, Editorial Kier, 2004)